"Crónicas De Un Pendejo"
Adolescentes Pendejos.
Las cosas estaban así: Blanca y yo besándonos quién sabe dónde —Por no decir: mi casa estaba sola— mis manos sobre sus nalguitas, sus manos sobre mi espalda; mi mente vagaba por los sinfines del pensamiento, porque en esos momentos yo pasaba por un momento de catarsis. Uno de esos momentos en los que te dices: «Ya me cansé de la vida y sus azares». Momentos en los cuales pones música de desamor para sentirte mal a propósito, hacerte la víctima y martirizar todo.
Después reflexioné sobre la situación y llegué a la conclusión de que, sufrir por tener dos chiquillas clavadas en el alma, no era algo digno de un proceso de dudas existenciales y situaciones catárticas. ¿Esto por qué? Pues bien, porque una era una chiquilla y la otra también. Yo tenía apenas dieciocho años, y pues eso, te das cuenta que apenas son dieciocho años y no vale la pena sentir que la vida se te va. Yo era en ese entonces lo que llamo un «adulto bebé» y ellas unas chiquillas. A decir verdad, los tres éramos unos chiquillos; «Escuincles babosos» como diría mi madre.
Volví de mis viajes mentales a lo que estaba aconteciendo. Me dije para mis adentros «Chingue su madre» Y con mayor fuerza agarré sus nalguitas. Por mi mente pasó la idea de decirle que hiciéramos el amor; y como por arte de magia, milagro del señor, o por las simples ganas ella fue quien lo propuso. Pero siendo unos chiquillos, y a mi edad, en la cual sólo se piensa en nalgas, nalgas y nalgas. —En lo personal no me gusta el busto grande. Quizá no soy un joven común, y digo sólo común, porque al hablar de nalgas ya soy corriente— ¿Qué es hacer el amor?
Uno piensa que tendrá a la chica tal y como lo vio en un vídeo porno; cosa que jamás pasa. A edades tan tempranas se está en la frontera entre hacer el amor y tener sexo. O sea, no es realmente ninguna de las dos cosas.
Total, le dije que prefería no hacerlo. La besé, y al separarnos le dije lo mucho que me gustaban sus nalgas; sonrió, y no sé si fue porque se sintió halagada, porque no supo qué más hacer, o si fue una sonrisa sarcástica y por dentro me estaba mandando al infierno.
Fui a la cocina a preparar café —vil café soluble— con galletas Marías y puse música de Joaquín Sabina.
La miré, en sus ojos se percibía un «no sé qué que qué se yo» que hasta la fecha no logro descifrar. Estúpidamente dije algo —de lo cual aún no sé qué tan arrepentido estoy de haber dicho—
«De hacer el amor con Frida estaría pensando en ti».
Ella se acercó a mí y me soltó el bofetón más exquisito que he recibido en mi vida.
La miré, la besé, comencé a desnudarla y después hicimos el amor.
Después de hacer el amor, mi mente vagaba nuevamente por los sinfines del pensamiento, y venían a mi cabeza muchas pendejadas: «Esto no fue como lo vi en un vídeo porno». A lo que ella interrumpió:
«De haber hecho el amor con Frida… no lo habrías hecho conmigo.»
Al día siguiente tomé un autobús a Hidalgo para ir a ver a Frida.