Lucía.
Breve advertencia al lector
El siguiente cuento corto es más un monólogo. No existe narrativa*, es tan sólo un discurso en el que podemos adivinar el dolor que siente el señor Sin-nombre tras la pérdida del gran amor de su vida: Lucía; además de los trastornos mentales que, en muchas ocasiones, se generan tras perder un ser amado, ya sea por abandono o muerte.
Soledad, dependencia, vulnerabilidad, miedo, abandono, locura, pasión, amor, vida, muerte; todo esto se mezcla y se expresa en las palabras del señor, cuyo nombre y edad dejo a elección del lector. Dejo también a elección del lector la situación: ¿Sufre el señor Sin-nombre la muerte de Lucía o fue abandonado por ésta? *Querido lector, he considerado, de hecho ya estoy trabajando en ello, realizar una versión con narrativa.
De cualquier modo espero que esta versión sea de su agrado.
A la memoria de mi querido amigo,
Maestro y compañero: Jorge Galván.
Lucía.
— Lucía, la sopa es una mierda. Tú sabes que esto de hacer sopas no se me da muy bien.
Lucía, extraño escucharte cuando le dabas de comer al Richi. Lucía, perdón… se me ha olvidado darle de comer al Richi. Pobre pajarillo, Lucía, ya no puede volar. Debe ser porque el pobre es más viejo que tu ausencia. Desde que te fuiste, el Richi cayó en un sueño profundo; no sé cuántos días ha estado así, perdí la cuenta desde que perdí la cuenta de cuantos han pasado sin ti. Y he de decir que, a veces, me entran ganas de dormir así como el Richi… Lucía, desde que el Richi está dormido huele muy mal; me parece que necesita un baño. ¡Ay Lucía! Ni el agua hace que el Richi despierte. Perdóname, pero ya no tiene caso que lo guarde en su jaula. Perdóname, vida mía; he de tirar al Richi al cesto de basura.
Lucía, que la casa tiene goteras. No, Lucía, que la nuestra no. La casita de muñecas. La casita de muñecas tiene goteras; he tratado de arreglarla, pero de nada ha servido. Pero dime: ¿Qué pasa, Lucía? ¿Por qué ya no contemplas tu casita de muñecas? ¿Acaso ya no te gusta? ¿Lucía, quieres acaso goteras en nuestra casa?
Ay Lucía. No sé dónde te olvidé. No sé si te fuiste, no sé si te corrí. No sé si te moriste. Cada domingo voy a la estación de tren. Espero todo el día para verte bajar, pero jamás lo haces. No sé si fui yo quien se fue. Lucía, cada domingo llevo una canasta con comida para irnos de día de campo, y además te compro la rebanada de tarta que tanto te gusta. Dime cuándo volverás para no ir en vano a la estación.
Tú sabes que el café es de las cosas que más me gustan en la vida, pero jamás he probado un café tan rico como el que tú me preparabas. He seguido los pasos que me enseñaste, pero no me queda como a ti. Dime, ¿Cuál es tu secreto, Lucía?
Por cierto, Lucía, he quitado todos los espejos. Por mero capricho, por miedo, por no darle la mano a la soledad; me gustaba que al arreglarme, a mi reflejo de pronto se le uniese el tuyo, y me dijeses que soy guapo. Ahora no aparece ni tu sombra, querida…
Duele tanto, querida: no tener con quién bailar, con quién cantar boleros.
« Si yo muero primero, es tu promesa: Sobre de mi cadáver dejar caer Todo el llanto que brote de tu tristeza Y que todos se enteren de tu querer Si tú mueres primero, yo te prometo: Escribiré la historia de nuestro amor Con toda el alma llena de sentimiento La escribiré con sangre Con tinta sangre del corazón»
«Nuestro juramento» de Julio Jaramillo. ¿Recuerdas, amor mío? Bailábamos y cantábamos. Te apretaba a mí, tu cabeza posada sobre mi pecho; escuchabas mi arritmia cardiaca, que era arritmia sólo cuando estabas cerca. Anda, Lucía: Bésame, bésame mucho. Como si fuera esta noche la última vez.
¿Qué harías si te dijera que marco por teléfono a casa sólo para escuchar tu voz en la contestadora? Ah, qué miserable soy. A que sí, Lucía. ¿Lo negarás?
Lucía, mi cuadernillo de poemas dedicados a ti se ha llenado de puros ‹‹ ¿Dónde estás Lucía? ››. ¿Hice algo mal? ¿Acaso se volvió monótona mi poesía? Ya no me gusta leer, y eso de leerle a las paredes y a los fantasmas que pueblan la casa desde que estás ausente, no es lo mismo. Ya no me gusta leer, pues no hay a quién leerle. He volteado todas tus fotos, sólo guardo una, que es con la que duermo. Ni hablar de la ducha, Lucía, ni hablar.
Mira lo que son las cosas: Antes, cuando había tormentas eléctricas y se escuchaba algún relámpago, corrías a mí a buscar protección, yo enternecía y soltaba una ligera risa, me parecías como una niña temerosa corriendo. Cuántas veces no hablamos, apenas iluminados por velas, al quedar sin energía eléctrica gracias a las tormentas. Ahora, escuchar relámpagos, me llena de miedo y me hace correr, buscando a qué abrazarme. Prefiero quedarme a oscuras y esperar a que se restaure la energía eléctrica que a prender velas y doblar el peso de la soledad.
Lucía, me parece que te has llevado mi risa y mi sonrisa. También te has llevado mi llanto; ya no puedo ni llorar, Lucía. Me has dejado a media luz.
¡Lucía, perdóname por lo que voy a decir, perdóname por favor! Tú sabes que eres lo que más amo, he amado y amaré en la vida y también en la muerte, pero si hay algo que no me gusta de ti, y hasta ahora, después de tanto tiempo, me doy cuenta, es tu ausencia. Que no me gusta tu ausencia, Lucía. Tu ausencia… La odio, la detesto.
Ya es tarde, será mejor que descanse. Disculpa mis caprichos, mujer. Es sólo que me haces mucha falta. Disculpa mis reclamos, siempre te he reclamado nada, porque nunca he tenido qué.
Dejaré la puerta abierta por si regresas.
Me iré a dormir. Dormiré tan profundo como el Richi. Espero no oler mal en los próximos días.
La casita de muñecas tiene goteras, Lucía.
La casita tiene goteras.